lunes, 20 de febrero de 2012

KOLKATA-CALCUTA


Lo primero que sientes son las sonrisas. La gente sonríe y es más amable que en Delhi. Después te das cuenta que tu olfato no es atacado por ningún elemento extraño y tu vista es incapaz de localizar esas montañas de basura tan típicas de India. Los paseos vuelven a ser algo natural y cotidiano. Las parejas van de la mano, e incluso ¡se agarran del hombro o la cintura! La decadencia colonial deja paso al cristal de los nuevos edificios modernistas. En el centro el típico bazar se transforma en avenida comercial. La cultura pasa a un primer plano y cohabita con el ciudadano. Los pitidos de claxon dejan paso al pesado tronar metálico del tranvía. Los pasos de cebra y los semáforos te obligan a recordar las normas, y las señales te guían por el camino.

Enamorado, Calcuta me dejó enamorado. Una ciudad que sorprende, que está viva y te hace sentir vivo. Te abraza con su clima cálido y templado (al menos en Noviembre) y te invita a recorrerla de cabo a rabo.

Todo no podía ser perfecto y ahí estaba nuestro hotel para recordarnos que estábamos en India. Pero también este país te da la opción de saltar de un hotel a otro como si huyeras de un fantasma (que es eso casi lo que parece…) sin mayor problema que el decir adiós y buenos días.

Empezaremos con la visita al Museo Indio. Enorme, con millones de cositas y detallitos que te hacen volverte loco si eres una persona con paciencia. La sección de fósiles y geología es solo para los muy adictos al tema. La parte de zoología da un poco de penita, cientos de animales disecados se exponen en dioramas representando a duras penas la realidad salvaje de sus hábitats naturales.

Todo está bastante bien etiquetado y con algunas explicaciones bastante completas. Pero una vez más la piece de resistance son los baños. Bufff ni en un museo señoras y señores uno puede escapar de esas imágenes apropiadamente acompañadas de su inseparable aroma!

Lo siguiente que se debe hacer en Kolkata es visitar el Victoria Memorial. Un monumento a la independencia. Bonito, grandioso, rodeado de verdes jardines, con algo de Historia en su interior, bien.

Y ahora ya vamos a mi lugar favorito de Kolkata. El cementerio colonial de Park Street o de la malaria. Llamado así porque se dice que todos los que allí reposan murieron por esa enfermedad. Construido en 1767 y abandonado en 1830, este lugar podría ser actualmente el escenario de cualquier película de terror. Lápidas enmohecidas, mausoleos con decoraciones barrocas terroríficas, obeliscos oscurecidos por la lluvia, sepulturas levantadas por las raíces de los árboles, y todo ello rodeado de vegetación salvaje que le da un aspecto de abandono (aunque lo cuidan para que no se desplome sobre sí mismo), que lo hace de lo más recomendable para pasear un par de horitas por la tarde, a la fresca, cuando cae el atardecer.

Los paseos por esta Park Street nos sorprenden con un montón de librerías, tiendas de música y demás lugares relacionados con la cultura. Paseo agradable y difícil elección de lugar para cenar puesto que las opciones son interminables. ¡Pero qué bien se está en Calcuta! No me lo puedo creer…

Por casualidades de la vida tuve la suerte de conocer a un par de chalados de Pamplona y un canadiense que estaban por allí de viaje y me propusieron para el día siguiente acompañarles a la misión de la Madre Teresa de Calcuta. Sonaba bien, claro que sí.

Por la mañana muy temprano presencié el despertar del lechero, del repartidor del periódico, del mendigo y del perro callejero, pero se notaba que esta ciudad tenía otro tipo de vida, otro ritmo. Su amanecer era mucho más alegre que el atronador despertar de Delhi. Como en las películas, la gente se daba los buenos días y seguían (por increíble que parezca) sonriendo. Llegamos a la misión y nos reunimos allí con otras 60 personas que venían también de voluntarios a echar una mano donde fuera y como fuera. Nos dieron desayuno a base de té con leche, galletas y plátanos y nos organizaron según donde hiciéramos falta o nuestra experiencia. Nosotros fuimos a una especie de casa de acogida donde había gente más o menos mayor sin recursos y con problemas físicos y psíquicos. La zona de hombres estaba separada de la de las mujeres. Hay varios trabajos para hacer pero todo sigue un orden lógico y muy bien organizado. Un grupo lava ropa (básicamente sábanas, camisetas y pantalonetas), otro grupo aclara y otro grupo escurre y tiende al sol. La lavandería estaba en la planta baja y la zona de secado en el tejado del segundo piso. Ahí estuve yo y, como no, hice una de las mías. Haciendo gala de mi torpeza natural, al bajar por las escaleras tras el trabajo de escurrido y tendido, patiné con mis chancletas por las escaleras y di con mis huesos en el suelo. Resultado: moratones varios y dedo meñique de pie roto. Duele como mil demonios pero no se puede hacer nada, es tan pequeño…

Pero el trabajo seguía, tocaba darles una ronda de vasos de agua a los internos y para los más valientes (entre los que yo no me contaba) una sesión de afeitado general de barba y bigote. Si no, se podía dar crema hidratante por piernas y brazos a casi todos, puesto que la piel la tenían muy seca y agrietada. No os podéis imaginar todo lo que vi y sentí mientras esto sucedía. Demasiada realidad. Como iba cojeando me detuve un rato en limpiar las gafas a todos los que las llevaban y normal que después lo agradecieran, tenían una capa de mugre…

Llegó la hora de nuestro almuerzo. Nos reunimos con las voluntarias femeninas y ellas estaban realizando los mismos trabajos, pero en vez de afeitar se dedicaban a peinar y pintar las uñas a las más presumidas. Té con galletas y un par de cigarros en media hora y vuelta al tajo.

Mientras algún voluntario que tenía estudios de fisioterapia y alguno de medicina seguían con los internos, otros voluntarios simplemente charlaban (sin idioma común, más bien escuchaban), y reían con ellos. Mientras otros estuvimos pelando naranjas y preparando los platos de la comida. Después llegó la comida. La repartimos en platos y la fuimos entregando a los comensales. Plato de arroz con verduras en salsa y naranja pelada con un vaso de agua. No tenía mala pinta. Algunos requerían de un voluntario para ayudarles a comer y a otros simplemente había que estar pendientes por si necesitaban más agua. Después recoger, cadena de fregado, aclarado y secado de vajilla y listo. Tras una última vuelta por el jardín y revisar que todo estaba bien nos pudimos marchar hasta el día siguiente que … ¿te apetece volver? Claro que sí. Aquí tengo que dar las gracias a Santi, Guillermo y Tyler por su compañía y sabiduría.

Había hecho migas con un señor que evidentemente estaba mal de la cabeza, y le hacía mucha gracia mi pendiente en la nariz. No paraba de cogerme de la mano y llevarme de un lado a otro del patio enseñándome a todos sus compañeros como si fuera un alien entre frases y risas que no comprendía. Pero que si entendía.

Al día siguiente volvimos y directamente fui a saludar a los que el día anterior te permitieron crear un vínculo y que hoy te recibían entre sonrisas o los más tímidos con una mirada. Te cogían de la mano y te recorría una sensación de agradecimiento que hacía tiempo que no la sentía (desde que trabajé con refugiados palestinos de Gaza para ser exactos). Esta gente no hablaba mi idioma (en realidad no creo que hablaran nada en concreto), ni yo hablaba nada que ellos pudieran entender, pero había comunicación.

Una experiencia que recomiendo a cualquier persona que pase por Kolkata y que quiera aprender cómo funcionan estas cosas, o que quiera aprender algo del ser humano, o simplemente que quiera gastar algo del tiempo de su vida en hacer algo real por alguien real. Ellos te lo agradecerán.

Y volviendo a la vida normal de Kolkata también es recomendable cruzar el río en barca a motor para ver los templos de la otra orilla. Evitad las horas de sol puesto que las barcas van despacio y te la juegas a pillar insolación o lipotimia. Y a la vuelta debéis volver cruzando por el puente de Howrah. Un símbolo de la ciudad que tiene el récord de ser el puente más transitado del mundo con un tráfico diario aproximado de 150 mil vehículos y 4 millones de peatones. Vamos, lo normal.

Muchas cosas más se pueden hacer aquí, pero lo que de verdad te deja sorprendido es poder pasear y relajar un poco tus oídos del ruido de la India y soñar que estas en otro lugar en otra época.

domingo, 19 de febrero de 2012

RISHIKESH, LA ÚLTIMA FRONTERA

Allí donde el Ganges comienza su deterioro, donde los extranjeros buscan su yo(ga), allí donde las playas son grises, allí donde el tiempo se para, allí está Rishikesh.

Un bonito lugar para dejar girar las manecillas del reloj sin que nada importe y sin preocupaciones. Sentarse o tumbarse en la arena gris de las playas del Ganges a su paso por este lugar es una de las experiencias más mágicas de este sacrosanto país. Y digo playas porque así se las conoce. A orillas del río grandes zonas de arena fina y gris incitan a pasar horas sin nada que hacer. Ya me lo dijo mi amigo Johannes, te va a encantar. Así es.

Como no, mejor olvidarse de la ciudad y sus calles. Tumultuosas, sucias y ruidosas como cualquier otro lugar de India. Pero allá donde el río Ganges baña la costa… Ahí se encuentra el placer, la belleza, el éxtasis de la paz. Estaréis pensando que me he pasado al lado oscuro, pues no. Aquí se respira paz. Da igual si es con el fresco azul del amanecer o con los rojos cálidos del atardecer. Relax, calma, quietud, el ruido del agua helada, aire bastante limpio, el fondo montañoso…

Tuve la enorme suerte de ir acompañado de cuatro de las mujeres más maravillosas que he tenido la suerte de conocer en esta vida. Tal vez eso también le diera un punto extra a la experiencia.


Lo que resultó complicado pero hilarante fue comer. En un lugar a los huevos fritos los llamaban revueltos y a los revueltos, fritos. El mundo al revés. Y en otro lugar entienden un buen desayuno como cuatro huevos fritos y un kilo de patatas por persona para empezar el día. Menos mal que nos dio por reír y no llorar.

A unos pocos kilómetros se encuentra el pueblo de Haridwar, donde los extranjeros están un poco más descolocados y donde las lindes del río están plagadas de gaths para la vida espiritual hinduista. Pero ahí se encuentra la enorme estatua de Shiva a orillas del Ganges. Por una vez no es de colorines y hasta te la puedes tomar en serio…

También hay que decir que Rishikesh es hoy en día como la Mecca del yoga para todos sus seguidores. Un centenar de ashram organizan aquí cursos y eventos. La ciudad también se llena de occidentales en busca de respuestas trascendentales para sus descarriadas vidas de tres comidas al día y comodidades electrónicas. Pero eso es otro rollo, a mí no me va la meditación, ni repudiar de mi pasado, ni quejarme de como vivo, ni rechazar lo que la tecnología pone a mi alcance. Me basto yo solo para saber de dónde vengo, a donde quiero ir y como quiero hacerlo. Aunque tenga miles de cosas claras, hay otras miles que ni sé, pero imagino como me gustaría que fueran. Y eso es suficiente. La espiritualidad es algo que se lleva dentro ( o no) y que cada cual maneja a su antojo.